María Graham en el sismo de 1822

[Fragmento del libro Valles Sonoros: un ensayo en torno al viaje, la poesía y la escucha]

Jamás olvidaré la horrible sensación de aquella noche. Todas las otras convulsiones de la naturaleza nos dan la idea de que podemos hacer algo para evitar o mitigar el peligro, pero no hay refugio o escape de un temblor. La “loca agitación” (Lord Byron, “Darkness”) que remueve a cada corazón, y se muestra en cada mirada, me parece tan horrible como puede llegar a ser el día último del Juicio.

[…]

Entre los ruidos de destrucción que nos rodeaban, escuché el mugido del ganado durante toda la noche; también escuché los gritos de las aves en el mar, que no cesaron hasta el amanecer.

[…]

Sonidos como los de explosiones de pólvora, o más bien como las de la erupción de un volcán.

Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,

Y sus mástiles bajaban poco a poco;

Cuando caían

Dormían en el abismo sin un vaivén

Las olas estaban muertas; las naves estaban en sus tumbas,

Antes ya había expirado la señora Luna;

Los vientos se marchitaron en el aire estancado,

Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba

De su ayuda – Ella era el Universo.


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