
Traducción Diego Alfaro Palma
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El jueves por la noche fuimos a escuchar a Charles Mingus abrir el Jazz Workshop. Mingus no es solamente uno de los dos o tres músicos de jazz más importantes de Estados Unidos, es uno de los tres o cuatro músicos y compositores más importantes de cualquier género. En jazz, él y Thelonious Monk nunca me han aburrido o cansado. Después de un concierto de Ornette Coleman tuve demasiado; es joven y el acero aún tiene que morder con fuerza su corazón como lo ha hecho con Mingus y Monk.
The Modern Jazz Quartet nunca me ha aburrido ni cansado, aunque John Lewisn sea un mortal cualquiera como lo son Monk y Mingus. The MJQ no es, como se ha dicho, música de salón, pero sí música de cámara. No hay nada malo en ello – también lo fue Vivaldi.
No es sólo que Mingus sea al mismo tiempo musicalmente profundo y enormemente fluido; él, como Thelonious, piensa en el todo. Cada pieza comienza a construirse al minuto en que parte. Crece orgánicamente, en forma y significado, como un niño volviéndose hombre. No sólo eso, sino que los significados son claros y convincentes. A veces te preguntarás por Thelonious Monk ¿Cuáles son las complejas ideas de las que está tratando como compositor de piano? ¿Algo que lee en un libro, que encontró en la perdida Atlántida? Mingus es menos un hombre poco común. Su percepción y su dolor son cosas que todos pueden comprender.
Es una música trágica, con una tragedia que por lejos trasciende los actuales conflictos que en Estados Unidos han sido la obsesión de tantos jazzistas. Nunca me siento a escucharlo, ahora que es famoso, sin que mi mente vuelva al Black Cat de los últimos años de la Guerra, mucho antes de que se convirtiera en un antro gay, con un joven Mingus hilando hermosas estructuras autónomas de sonido desde su doble bajo, mientras algún payaso hacía un jazz ruidoso sobre el piano y otro soltaba y balaba con una trompeta de casa de antigüedades.
A donde fuera que iba solía cargar un tremendo violín como si pensara que fuera un piccolo. Recuerdo una noche de invierno, viniendo Mingus de apoyarse contra un poste de luz, una densa neblina girando alrededor de él, inclinándose suavemente sobre él una larga y errante melodía, infinitamente triste, como un canto gregoriano de los tiempos de la peste, “Media Vita” o como la desolada música de una iglesia rusa. Mi chica y yo nos detuvimos por un momento con el comienzo y nos quedamos escuchándolo por largo rato, hasta que al final regresó y nos miró y nos dijo: “Rexroth. Peggy”.
La otra noche esto volvió a ocurrir. En medio de un similar, pero más sabio, más maduro, más complejo pasaje, nos miró otra vez y gruñó como Lionel Hampton diciendo: “Rexroth”.
Por poco se me escapan unas lágrimas.
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De Five articles on Jazz, Agosto de 1958.