Lxs niñxs del SENAME

11/11/19 – 13/11/19

Escucho al rapero Portavoz, sus rimas son la banda sonora de todo lo que está pasando. “Nadie lo vio venir” dicen algunos “especialistas” y políticos en la TV, refiriéndose a este estallido. Pregunto: ¿insurgencia? ¿estallido? ¿revolución? ¿revuelta? ¿en serio no lo viste venir? Podríamos dar mil nombres de historiadores, intelectuales, organizaciones políticas que venían anunciando el sonido de las explosiones nocturnas, de un Santiago repleto de fuego. Podríamos empezar primero por los nombres, los miles de deudores habitacionales, los millones de estudiantes, ecologistas, profesores y profesionales de la salud que cada año son neutralizados en su discurso: se destapó la olla. Les faltó poner oreja a “El otro Chile” de Portavoz, con su velocidad, su energía frenética; les faltó poner oreja al rap de la tierra, de la tierra seca, completamente seca.

Hace unos días los vi pasar. Se enfrentaban con carabineros piedra a piedra. Yo caminaba hacia el barrio y me escondí detrás de un árbol, cuando sentí el contrataque. La victoria fue de ellos; el zorrillo (el expulsador de gases) quedaba completamente inmovilizado. Los cabros gritaban, las cabras levantaban las manos. “¡Vámonos por dentro!” dijo uno apuntando un pasaje. Corrieron. Los seguí. Ya era tarde, las marchas habían sido dispersadas en el centro a punta de operación regular: balas, lacrimógenas, gas pimienta, lanzaguas. Caminaron una cuadra delante de mí, hablando de “cachaste cómo le pegó la hueá al paco”, “brígido y estabai cagao de la risa”. Se reían honrando su tarde de triunfos. “El balín me pegó entero fuerte eso sí”. Pararon junto a un negocio de completos. “¿Cuánto hay?”. Juntaron monedas. Les alcanzaba para 3 y eran 5. Decidí esperar detrás de ellos, pedí también mi completo, alimento de los estudiantes y trabajadores a media tarde, de oficinistas cerca de tribunales, como las sopaipillas con pebre en los puentes o las arepas venezolanas en Estación Central. Compraron los 3, pidieron si le regalaban uno. No. Se sentaron en la cuneta a saborear sus trofeos. Me senté junto a ellos. Me miraron rarísimo. Habrán pensado: ¿qué chucha este loco? o ¿será paco este hueón? Sin embargo eso sólo lo pensé yo. Es más, cuando notaron que ponía atención a lo que hablaban, me lo preguntaron sin desvaríos ¿erí paco, loco? No, cumpa, le dije, andaba en la marcha. Mentí, yo sólo andaba por ahí, cuchicheando. Eso sí todo el tiempo soy sospechoso, pero esta vez preferí ir al grano, igual que ellos. Cabros, ¿y ustedes son de por acá cerca? Nosotros vivimos pal lado de San Pablo, ahí aguantamos. ¿Y se conocen de dónde, en la marcha? ¿Vai a escribir nuestra historia? Rieron, se rieron obviamente de mí y de la situación. Quizás, les dije. Y ahí una de las chicas habló: del Sename poh’, nosotros estuvimos en el Sename. Vamos y volvemos de ahí. Recordé el cartel que hizo A para salir a protestar en Valparaíso: “El Estado los evadió primero”.

El Sename es el Servicio Nacional del Menor, una de las instituciones más cuestionadas –entre tantas otras- en este momento; en 2017 se filtró un informe de la Policía de Investigaciones que se resumía así: “El Estado de Chile viola sistemáticamente los derechos de los niños que están bajo su tutela”. Ese informe fue lanzado a la basura durante el gobierno de Michelle Bachellet: 2071 abusos constatados y 310 de “connotación sexual”, replicaba el diario Ciper en julio de 2019 al filtrarse el documento. Ahora muchos de esos niños están en la calle, reuniéndose en medio de la protesta, descargando su ira a punta de pastelones y otros minerales urbanos. Es más, según una investigación sobre derechos humanos entregada por la municipalidad de Valparaíso a la comisión de la ONU afirma que desde el inicio de la crisis social en Chile fueron detenidos en esa ciudad 46 menores de edad, de los cuales 21 “han pasado o se encuentran siendo intervenidos por la red Sename”. Solo tuve que poner esas tres sílabas en el buscador de google para enterarme de esto último y de otras decenas de noticias sobre esos centros o tierras baldías extendidas a lo largo del mapa.

Estos datos me rebotan y vuelven. Los chicos no volvieron, no los vi más. Sólo compartimos ese momento, mientras cada uno trataba de concentrarse en que la palta no resbalara al suelo. Yo pedí que cortaran mi completo por la mitad y lo compartí, es mucho para mí, les dije. Me contaron de dónde venían, de sus casas que no eran casas y del número de hogares en que estuvieron, de las últimas noches que habían pasado en la calle, pero no se abrieron mucho más, la desconfianza estaba instalada: yo no venía de su mundo. Esto me gravitó sobre mi cabeza durante una semana: lo singular que los más desposeídos, los más atacados por el sistema sean aquellos que lo están poniendo en jaque. Como también pasa con las poblaciones, en Puente Alto donde se ha reprimido brutalmente a un grupo de estudiantes que se habían congregado pacíficamente –a tal nivel que el mismo alcalde denunció el hecho- o esta noche en Lo Hermida, en Peñalolén donde a punta de rifles carabineros salió en búsqueda de dirigentes estudiantiles y sociales, con un uso de fuerza filmado por los habitantes y difundido por redes sociales. De esto no habló ningún canal de televisión y la gente de a pie lo sabe; sin ir más lejos escuché a una muchacha decírselo a su madre en la micro: “yo ya no prendo la tele, mienten siempre”, a la vez que explicaba: “mira mamá ese fuego es falso, está hecho con un programa. Ese supermercado lo quemaron los pacos”. Periódicos como The Guardian, CNN o el NY Post –que uno podría tildar de conservadores- han puesto en evidencia la complicidad de los medios en esta cruzada por aplacar al movimiento, incluso este último dio clases al preparar un breve reportaje sobre los casi 200 casos de pérdida de la visión que han sufrido personas por disparos de la policía con balines de goma, apuntados directo al rostro y que la ONU y Aministía Internacional han salido a tratar como armas letales. Esto pasa en Chile y no es evidenciado y aunque el gobierno salga a poner en la mesa una nueva constitución (a su medida y sin perder pan ni pedazo) y un paquete de medidas para ser incluidas en el presupuesto del próximo año (sin jugársela por un plan a largo plazo), esta mancha de sangre no saldrá con facilidad.   

Respiro luego del punto aparte. La imagen de la mancha de sangre sobre el asfalto. La imagen de esos niños caminando por Sazié mientras bajaba el sol. También el sonido, el rap de Portavoz que comienza así: “En la noche luna llena / En el día suenan las sirenas”. La ciudad ya no es igual, realmente es un campo de batalla. No hay lugar del centro que no haya sido afectado. Me imagino a Atenas en plena crisis económica. En Buenos Aires en 2001. Probablemente en Kosovo. En La Paz las cosas tampoco se ven tan lindas y amigos me escriben desde lejos para decirme que me cuide. En Providencia las farmacias y grandes centros comerciales blindan sus vitrinas, como también el Presidente se blinda para no dialogar con los ciudadanos. En los buses se oye “¿cuándo irá a terminar esto?”. Da pa largo, contesta una voz y se oyen frenos al pasar junto a los restos de barricadas. Yo me pregunto dónde andarán ahora esos muchachos, será mejor esto qué ese infierno del que salieron ¿Quién soy yo para seguir escribiendo luego de haberlos visto perderse entre las sombras?

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  1. Avatar de Vanada Vanada dice:

    Gracias por entregarnos tus palabras certeras, llenas de realidad , que nos abren los ojos, con verdades y sentimientos, y nos hacen reflexionar.

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