Diego Alfaro Palma: “El terremoto de 2010 fue una experiencia tremenda, nos hizo reconectarnos con la tierra”

«Tordo», libro del poeta chileno Diego Alfaro Palma que obtuvo el Premio Municipal de Santiago en 2015, utiliza la figura de un pájaro mítico que sobrevuela -como un ave protectora- la infancia, la memoria familiar, los viajes, las lecturas, la confesión y la mitología mapuche, así como la historia política de los últimos 40 años en Chile.

Por Juan Rapacioli
Fuente Telam: 3/8/16

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Publicado originalmente en 2014 bajo el sello chileno Cuneta, el libro ganó el Premio Municipal de Santiago en 2015, importante reconocimiento que alguna vez obtuvieron nada menos que Pablo Neruda, Nicanor Parra y José Donoso. El premio, que tuvo por presidente del jurado a Raúl Zurita, le otorgó visibilidad al libro del poeta de 32 años, ahora editado en Argentina por Ediciones del Dock.

Diego Alfaro Palma (Limache, Chile, 1984) habló con Télam sobre el origen de su libro inspirado en un animal mágico encargado de predecir la lluvia. «Mi propuesta era la de crear un tipo de poema en donde se pudieran entremezclar distintos tiempos, imágenes, sonidos, citas, referencias a la flora y fauna».

– Télam: ¿Cómo nació «Tordo»?
– Palma: Aparentemente en un nido entrecruzado por los viajes, las lecturas, el trabajo y la política. Los primeros poemas fueron escritos en Chile; yo trabajaba en un liceo dentro de una villa emblemática de Santiago, un sector muy vulnerable y violento en donde, además, las marchas estudiantiles tomaron mucha fuerza. Me tocó escribir esos poemas en días bajo la acción de la policía en las calles y colegios, la ciudad en estado sitio. Después, la segunda parte, nació en Buenos Aires, en donde escribí unos poemas largos, que son cartas a una tal Jeanne de Montreal y a quien le dirijo las preguntas por mi historia familiar, la historia política de los últimos 40 años de Chile, los vagabundeos por la ciudad y esa pregunta que siempre está: ¿cuál es el papel de esta generación? ¿Qué hacemos con los nombres que están desapareciendo, de los animales, de las plantas, de los pueblos arrasados, de lo salvaje? En ambas partes el Tordo es un ave protectora que vigila estos recorridos, como lo es en las leyendas mapuches.

– T: El tiempo sobrevuela el poemario como el pájaro que le da nombre, tanto en el recuerdo del pasado como en la proyección de futuro. ¿La cuestión del tiempo fue central para la construcción del libro?
– P: Cuando mi abuelo murió se me vino a la cabeza la siguiente imagen: en el instante en que sacábamos su ataúd de la casa, mi hermana y yo éramos abrazados por él de niños, aparecía su amigo botánico, su casa no era la casa sino una caballeriza que antes ahí se emplazaba. El tiempo se volvió algo totalmente central. Mi propuesta era la de crear un tipo de poema en donde se pudieran entremezclar distintos tiempos, imágenes, sonidos, citas, referencias a la flora y fauna. En la segunda parte del libro esto es más claro, en donde cada verso se transforma en una fuerza independiente y la totalidad, el conjunto, creo que gana por la suma, que es una especie de mantra o viaje psicodélico. Y ahí adentro está la confesión, los lenguajes técnicos, las alusiones a la física cuántica y a la arquitectura, a la mitología mapuche y al documento histórico. Por eso el libro es tan fuerte a nivel emocional, me costó cinco años todo ese proceso y siempre que lo leo en público me agota tanto como intentar atravesar la cordillera.

– T: «De quién nos vamos al escribir», se lee en uno de los poemas. ¿En el acto de escritura existe un intento de ser otro?
– P: No solo otro, varios otros o nosotros. Y siempre nos vamos de alguien, incluso de nosotros mismos y más si queremos sumergirnos, lanzarnos un piquero, ahí uno encuentra a sus dobles sueltos por el mundo, nuestras transformaciones en animales y plantas con las que nos representamos de niños. Para escribir este libro tuve que convertirme en pájaro. Tratar de pensar como un animal, tratar de traducir ese lenguaje que es mucho más antiguo que el humano y mucho más complejo, como el de las ballenas, que es una manera de cantar muy cercana a la poesía.

– T: Chile, Buenos Aires, París: el territorio se mezcla a través de los poemas. ¿Cómo influye en tu escritura la vida en diferentes países?
– P: Soy hijo de marino, fui criado en el campo chileno, mi familia viene de todos lados, de chico viajé mucho, por Europa y América en barco y por la Patagonia a pie en la época de la facultad. Soy adicto a recorrer las ciudades. El territorio es una cuestión que me tomo en serio. Sobre todo después de haber vivido el terremoto de 2010; esa fue una experiencia tremenda para todos los chilenos: nos hizo reconectarnos con la tierra, nos hizo acercarnos a nuestros vecinos, a preguntarnos por la representación de estos movimientos en nuestro imaginario. De un momento a otro el «Chile profundo» emergió; a mí me tocó como voluntario ir a Licantén, la tierra de Pablo de Rokha, y ver todo un pueblo venido al suelo, el adobe abierto, dormir con la cabeza unida a las ondas de la tierra y ver cómo ese Chile campesino reaccionaba de una manera muy distinta a la de unos citadinos neoliberales. Toda una pobreza resurgió, una forma de existir en la catástrofe y, por lo menos para mí, la pregunta de por qué la poesía y el lenguaje tiene esa relación tan intensa en Chile con el espacio.

– T: ¿Cuál es tu relación con la escritura de poesía? ¿A qué elementos estás atento a la hora de escribir? ¿Los poemas surgen como necesidad o son premeditados?
– P: La escritura es para mí un proceso continuo. No hay día que no escriba, aunque sea una breve nota en mi cuaderno. La poesía llega cuando uno menos la espera, sobre todo cuando estás ordenando la casa, cocinando, lavando platos. Primero junto lo que escribo en un periodo, lo transcribo, imprimo, corrijo, vuelvo a corregir, armo y desarmo poemas, reescribo, siempre pensando en una idea de conjunto, de obra. Ahí voy desgranando ideas como porotos, leo, investigo, ensayo, para también dejar respirar los poemas, que tomen un poquito de sol. Me tomo todo el tiempo del mundo para trabajarlos, es lo mejor y lo más sano. Y mi atención se fija en esos elementos que se repiten, a temas que se van hilando de un poema a otro, ahí nace el libro y una nueva exploración en uno mismo, en el entorno, en el momento histórico. Pero tengo dos ideas fuerza: la síntesis y la sinceridad. Si en el poema no dije lo que tenía que decir, no me sirve.

– T: ¿A qué autores considerás formativos y qué poesía actual te interesa?
– P: Mis autores formativos son muchos, pero siempre será lo más próximo la tradición poética de mi país y, ante todo, poetas como Enrique Lihn, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Gonzalo Millán, Cecilia Casanova o Teillier (fuera, obviamente, de los dos premios nobel, Gabriela Mistral y Pablo Neruda). Si te digo que estoy leyendo ahora te nombraría al norteamericano Charles Wright, al chileno Carlos Cociña, al poeta de Sarajevo Izet Saralij, al gran romano Tibulo y un libro muy potente llamado «Crudas», de Paz Busquet. Trato de estar siempre rodeado de distintos amigos. Y hoy por hoy si me preguntas, me interesa una poesía visceral, comprometida con el ser humano, experimental en sus formas, inteligente en sus propuestas, que use el lenguaje del día a día, en fin, que te remueva.

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