De la poesía, el hombre y la risa. Entrevista a Renán Ponce

La siguiente entrevista fue realizada en junio de 2007 en la casa de Renán Ponce y Axa Lillo en Limache, para el dossier que preparaba sobre su obra la revista Antítesis. Gonzalo Gálvez e Ismael Gavilán me invitaron a realizarla y luego se editó y apareció en esta publicación más una selección de su obra. Lo que a continuación comparto es la entrevista en su totalidad, sin cortes ni correcciones como una manera de honrar al amigo y poeta que acaba de partir.

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Un verso que adjudicamos al sabio Ezra Pound dice: “la risa es el fin de todas las cosas”. Lo cierto es que al conversar con Renán Ponce la risa es el comienzo y el final, el alfa y el omega. No por esto estoy diciendo que no se pueda hablar seriamente con él, sino que desde la mirada irónica que posee su lenguaje, se puede llegar a deambular por los temas más variados, con la soltura que sólo nos puede dar una carcajada.

Con una puntualidad inglesa llegué a la hora prometida a la puerta de su casa, donde me recibió junto con su compañera Axa Lillo, también poeta y que hace pocos meses recibió una mención honrosa en el Concurso Regional de Poesía. Junto a ellos un par de graciosos canes hacían el escándalo necesario para que la entrada y los saludos fueran más complicados de lo normal, pero así y todo logramos instalarnos en su living, que inmediatamente contrarestó con su colorido el gris del cielo de aquel día.

Renán me cuenta acerca de sus trabajos poéticos en proceso y de un futuro libro acerca de frases populares, de los que es un sabido coleccionista. Nos reímos con algunas historias del mundo campestre y su cultura particular, con ofensas como “¡ese es un sepa e’ boldo!” (aquello que no arde, que no sirve para nada) y el relato de una serie de anécdotas que fueron acompañándonos alrededor de toda la tarde.

Tras la entrevista Renán y Axa me invitaron a pasar su biblioteca, una pieza tapizada de lo indispensable para un par de autodidactas. Junto a Spinoza y Crocce se alzaba Bachelard, Horacio y Plotino, la obra completa de Huidobro compartía espacio con Shakespeare y una larga serie de delgados librillos de poesía.  Esta entrevista recrea al menos el proceso de conocimiento y formación de un poeta y una persona considerable. Abrimos la lectura de alguien que como Einstein –a quien hizo el juego de imitar-  no se juzga como inteligente, pero sí como un curioso.

 

 

¿Con qué te tropezaste para caer en la poesía? ¿Con qué oscuras razones de Estado?

 

Me tropecé incluso antes de las razones de Estado. Me tropecé con la medianía de la cotidianidad, con la falta de humor y  la falta de inteligencia. Me tropecé con cierta vulgaridad.

En los lugares donde trabajé –porque no me daba para más de acuerdo a mis estudios- me di cuenta que cuando hablaba poseía una visión distinta al resto. Como mi poesía, yo tengo el  don de la ironía y en muchos de estos lugares hice reír a mucha gente y reconocí esa aceptación, que no se dice, pero que uno sabe que anda en el aire, pues ellos mismos se me acercaban al ser yo el fulano que manejaba otro ámbito del conocimiento.

Siempre tuve claro eso, además desde niño, en las primarias –que es lo que estudié en el colegio de forma regular- fui ayudante de la profesora y le enseñé a leer a algunos amigos…Hace algún tiempo atrás me encontré con uno de ellos y me llevé la sorpresa que se le olvidó leer… ¡Y yo que me sentía tan orgulloso!

Bueno, nosotros éramos siete hermanos, con Ezequiel, que es una referencia inevitable,  porque era 5 años mayor que yo, con el cual tuve una buena relación como se puede suponer con esa diferencia de edad. Pero de todas formas tuvimos problemas, porque como éramos tantos, nosotros discutíamos y peleábamos por el centro de operaciones, de las miradas y los favores de nuestros padres,  para ganarse el aprecio y el orgullo. Y yo hacía el siguiente ejercicio: dormíamos todos en la misma pieza, entonces mi mamá antes de acostarse nos sacaba las pulgas; con una vela, iba por todo el lugar uno por uno –y eso que dormíamos de a dos, yo con Ezequiel- y yo escuchaba clarito cuando las mataba, y les echaba sus garabatos también. Entonces comencé a descubrir que todos mis hermanos caían en la cama rendidos en cuanto se acostaban, y no sabían más de su espíritu –y bueno, no digamos que sabían mucho del espíritu-, y mi papá y mi mamá, después de toda esa operación, se ponían a conversar. Y para que ellos no sospecharan que yo estaba escuchando me hacía el dormido cuando mi mamá pasaba por la cama nuestra; yo aguantaba todo ese momento con frío, con la sábana tirada para atrás, lo soportaba estoicamente y así lograba escuchar la conversación casi diaria de ellos. Y ahí yo me enteraba de lo que pasaba, de que era un top-ten, de que tenía el favor de mi mamá, que era una mujer extraordinaria, de esas mujeres que hacen de la maternidad votos de santidad, que se dedican por entero; a pesar de ser huasa, tenía un carácter muy amable y muy fino; ella tenía el tono huaso en su hablar, pero no recuerdo haberle escuchado palabras mal dichas. Mi papá hablaba mucho más, él si que era un pillo. Un tipo con una inteligencia superior a la común…

 

¿Desde ahí vendría tu encanto por el relato?

 

Claro, por buscar esa otra lectura, por sacarle el jugo a las palabras. Cuando él contaba un chiste yo me reía a carcajadas, mientras los demás no entendían. Establecimos una relación muy bonita y de él saqué la habilidad de la ironía, de reírme de la vida, de cosas brutales. Pero desde muy niño capté que la vida es breve, que no es lo que la mayoría de la gente creía, que nos íbamos a morir un día. Y es por eso que traté de conquistar lo antes posible una independencia, para dedicarme a leer, a escribir y a cantar –pues me fascinaba el canto, en parte por los cancioneros que llegaban a la casa.

El primer libro de poesía que leí con esa cierta atención en la que tú puedes separar o reconocer de las otras lecturas de las que has hecho, que se convierten en un descubrimiento, en una gran revelación, fue a los 28 años.

 

¿Y cuál fue esa lectura?

 

Una antología de Neruda. Porque yo lo había leído y lo había dejado, y así por mucho tiempo, hasta que lo retomé y descubrí de qué se trataba este juego tan serio.

 

Y de todo ese mundo campesino que tú viviste en la infancia cómo dirigiste su influencia hacia tu poesía, que está muy presente en los dichos, en los refranes y en el mismo carácter de tu voz, que es de un carácter terrestre.

 

Por una razón muy simple, porque yo estando por más de 45 años en Valparaíso no dejé nunca de ir a Quebrada Alvarado. Yo nunca me desconecté de ahí, nunca perdí mis raíces. Porque si pasaban tres semanas en que no iba hacía todos los esfuerzos para estar allá y gozar viendo los cerros que había corrido cuando niño, acompañado con los amigos de la infancia, tomando cerveza o vino, yendo al único negocio que había.

Yo nunca perdí ese contacto, aunque mi hermano si, porque se vio obligado a vivir en la ciudad. Aún yo veo a alguien y le digo “tú eres hijo de fulano de tal, de la familia tanto”.

 

¿Otra conexión con ese mundo pudo haber sido Violeta Parra?

 

Por supuesto. Para mí Violeta Parra es la poeta con doble mayúscula…y eso se está entendiendo. Para mí Violeta Parra pudo haber sido un Nobel fácilmente con todo lo que hizo, porque no sólo hizo poesía popular, sino también canciones y sus telares que los expuso en el Louvre, eso es único; porque todos los europeos están detrás de todas estas cosas originales, propias y campestres porque ellos lo han perdido, y así estuvo por más de dos o tres meses en exposición, incluso Rockefeller le compró un Cristo Negro bordado que hoy vale millones.

Lo que le impresiona a uno es que no hay por donde verle algún grado de inautenticidad, pues ella hacía todo desde lo más profundo de su ser, porque como dicen: “lo que no puedes saber, lo puede el sentimiento”. Violeta es contraria a la gran civilización occidental científica que es la del saber separado del sentimiento, porque es en el sentimiento dice ella que se da el amor, el que finalmente le da sentido al mundo.

¿Como autodidacta y curioso cómo fue tu proceso de formación? ¿Cómo fuiste entrando al mundo de la poesía, más allá de esa primera lectura de Neruda, pues tu poesía es cosmogónica, se nutre de distintas fuentes?

 

Porque yo fuera de todas mis inquietudes locas, contrariamente a lo que se piense, tenía una afición tremenda por las matemáticas; a mí no me puede hacer tonto con eso…

 

¿O sea que si te toca la puerta un número no sales corriendo? 

 

No, para nada, le digo “Hola, ¿Cómo te va tres?” Y él a lo más me dirá, “¡Ey, no, soy un diez!” (Risas). Bueno, pero yo tenía sueños tan locos, cosas de niño, así como que más o menos quería enmendarle la plana a Einstein. De hecho, a partir de la teoría de la Relatividad, yo quería hacer algún descubrimiento a través de la matemática o de la física, y esa era mi intención y la poesía fue una cosa que surgió después. Mira, yo hice  una martingala –como le dicen los sofistas-, un cálculo a partir de la famosa ley del factor Pi; como factor aumenta y multiplica; 3,1416 es el número de veces que el radio de un círculo cabe en la circunferencia. Y yo saqué un factor -pensando en por qué ocupar un factor tan complicado- que era aproximado y se lo pasé a ingenieros y matemáticos que nunca descubrieron cómo yo había llegado a eso.

En ese tipo de cosas me entretenía y se me pasaba el tiempo, porque no tenía apuro por algunas cosas, porque yo además me valía por mí mismo y porque fui amante, viví con mujeres, incluso tuve romances dramáticos y eso obviamente que me sacaba de la pista. Entonces viendo que no me funcionaba ni el canto ni las matemáticas, y como siempre andaba con la intensión de escribir algo sobre Quebrada Alvarado, sobre mi experiencia allí, me volqué a la poesía. Pero en un momento cuando empecé a darme cuenta cuál era el sentido, lo que le daba sostén e importancia, a través de la poesía, me quedé con ella. Al tiempo que escribía me daba cuenta que tal o cual poema se parecía a Neruda o a Oscar Castro, que yo ya lo tenía como un poeta popular y de menor cuantía. Y ahí me saqué la camisa de once varas y los catorce barrotes, y cuando me di cuenta de ello encontré lo extraordinario que era y lo difícil. Tuve la suerte de relacionarme en la Quebrada con Hugo Bolsac que fue Premio Nacional de Periodismo, que fue contemporáneo de Violeta Parra.

 

¿Tú dirías que la poesía es un trabajo como cualquier otro, o es un ocio como diría Tibulo y los demás latinos?

 

Yo creo que hay de las dos cosas. No me gusta mucho la afirmación de que es un oficio, es como hacerle un favor a la poesía. Hay inspiración y dedicación, pero no es un trabajo como todos los que yo he hecho, eso no tiene nada que ver. Dejémonos de cuentos, creo que considerar la poesía de esa forma tiene que ver mucho con política, con una visión más ideológica del arte. Habrá que encontrar una forma que no sea ideológica, aunque no exista todavía.

Obviamente que la poesía parte de la realidad, desde ese punto de vista podría llegar a entender que es ideológica, porque si alguien tiene una visión del mundo determinada eso se va a ver reflejada en su poesía.

Por mi parte yo me dediqué a limpiar de malezas mi terreno, le saqué las piedras que estaban de más y después de eso me fui construyendo una base cultural, pobre para lo que a mi me hubiese gustado, pero fue suficiente. Yo creo que nace gente con un talento ya revelado…

 

¿Tú crees que eso es un don?

 

Sí es con minúscula, si –no vamos a hablar de “gracia” tampoco. Ese “don” es lo más terrestre posible, no tiene por qué venir de arriba. Probablemente mi don era breve, como de un octavo kilo, pero siempre hubo en mí una fuerza y una conciencia de ser distinto, de que estaba dotado de algo diferente. Y cuando tú comienzas a forzar eso, llega un instante en que te da resultado; como dicen en el campo “cualquier tonto aprende”. Todo depende de la intensidad con la que lo sientas.

 

Es decir, que el poeta maldito no existe para nada…

 

Para nada. Fue tanto lo que forcé mi espíritu que llegó el momento que estando en Quebrada Alvarado sufrí o gocé una especie de revelación…y yo que no creo tener fe religiosa. Hay gente que dice que yo no soy un escéptico, y personalmente creo que es bueno creer, aunque sea un poquito.

 

Tú propones en tu poesía la visión del hombre como una herida, como algo que está abierto y al mismo tiempo dolorosa, porque es un alma que “sufre porque desconoce”, dices. Y al mismo tiempo hablas de la infinitud del espíritu con todas sus posibilidades. ¿Cómo se convalidan ambos?

 

Yo tengo un aforismo que dice: “El espíritu conoce y goza/ el alma desconoce y sufre”. Esa es la definición que tengo para espíritu y alma. Tú sabes que el alma es una introducción brillante de Platón; y por todo lo que he leído he deducido que el espíritu es la inteligencia y el alma es el ánimo, la voluntad. Y dime tú si no hay un matrimonio inevitable entre alma y espíritu. De alguna manera el alma es tu almohada, tú puedes estar desconectada de ella todo el día, pero llega la noche y te conectas con ella. Pero no me preguntes de dónde saqué el aforismo; yo cuando leo no hago fichas, porque o sino sería un erudito, y no quiero ser un erudito.

Pero pareciera que todo esto parte de la condición de un creador de que las cosas que lee y aprende las va alojando en un lugar. Es gente que ocupa muy bien ese patio trasero, donde muchas veces se echa la basura. Y bueno, yo me he sorprendido de cosas que he dicho o escrito, como “la poesía, esa desconocida que lo conoce todo”. Esto se conecta con el “Arte y poesía” de Heidegger que estoy releyendo, donde la poesía está entendida desde Holderlin –el poeta de poetas o el poeta de la poesía-, que “poetizar es la actividad más inocente”, porque al hombre le fue dado el bien más peligroso, que es el lenguaje que es donde finalmente se muestra, es decir, el lenguaje es el alma.

 

¿En ese sentido tú crees que un poema como discurso, como un ejercicio de lenguaje o como algo más que eso, como un espacio develador puede llegar a matar a un hombre? ¿La poesía puede realmente destruir a una persona?

 

La poesía puede cambiar radicalmente a una persona, no sé para qué signo. Si pensamos en Rimbaud, lo cambió al lado negativo desde el punto de vista nuestro, porque pudo haber seguido escribiendo cosas estupendas, y Rimbaud se consumió. Eso puede ser un ejemplo de la poesía matando a un hombre, pues tuvo muchos más problemas en su vida en África que cuando cultivaba su poesía y peleaba con Verlaine.

Lo que si tengo claro, es que un poema o un verso abre un mundo. Y abre dos mundos, el de la inteligencia y el de la sensibilidad. Desde la inteligencia nadie puede ser humilde, pues hay un goce tremendo, porque cuando uno escribe un verso siente ese goce y hasta un sentimiento de superioridad incontrolable… y no creo que eso lo vaya a negar Parra. Porque es ahí cuando tu sientes el matrimonio entre el alma y el espíritu, por que quién no siente placer cuando le dicen que ha hecho algo inteligente. Con la inteligencia tú puedes ejercer una especie de territorio…

 

Que también puede ser peligroso…

 

Claro que sí, pero si tú eres realmente inteligente estas cosas que parecen excesivas se pueden llegar a dominar.

 

En tu formación como poeta y como autodidacta tuviste la suerte de contar con un grupo de personas que se reunían a leerse y a conversar

 

La verdad que estando yo trabajando nunca me acerqué a un grupo, lo que hice fue siempre fue mirar desde fuera. Cuando yo tenía 28 años, Cameron tenía 21 y era un cabro chico pelusa que siempre andaba acompañado, y se metió en la Sociedad de Escritores de Valparaíso y dio un golpe de estado -estamos hablando del año 67. Se hizo nombrar presidente y la verdad que la sociedad era manejada por un señor español de apellido Modesto Pareda que manejaba grupos de gente que no sirven de nada para el que tiene real interés en la poesía. Y yo miraba desde fuera eso, sabía quienes eran todos ellos, como a Manuel Astica Fuentes y Luis Fuentealba que lo iba a escuchar en un café llamado “Virgilio”…unos recitales que terminaba dando solo.

Pero como te dije antes, llegó un día en que yo me sentí atravesado, forzado por un estado de alegría, felicidad, inteligencia, comprensión, apertura, gozo y belleza inmensa, al grado que me sentía asfixiado. Desde ese día yo ya no sentía pudor en decir que era poeta y desde ese día tomé a la poesía como algo fundamental en mí.

 

Yo sé que tú eres buen lector de Octavio Paz y él habla de la poesía como una revelación inquietante ¿Tú crees que la belleza se apoderó de ti?

 

Yo creo que el conciente levantó la alambrada que separa al inconsciente y le agregó un par de centímetros. En todo esto Dios sería la conciencia absouluta y el custodio de la verdad, ese es su papel.

 

Como dijimos que la poesía puede matar a un hombre, crees que ella puede afianzar la identidad, pues es escarbar en el inconsciente  ¿Te ha servido para saber quién eres?

 

Si, claro que si porque la poesía es un instrumento de descubrimiento, que devela el ser más profundo. La poesía es intemporal, detiene al tiempo, es el instante donde está todo, pero el problema está en que no es permanente, porque no estamos preparados para su verdad. Porque la poesía es el medio para conocer parte de esa gran Verdad.

La ciencia también va detrás de esa Verdad y pareciera que fueran dos mundos irreconciliables, pero como yo digo “La fe y la ciencia jamás serán vencidas”…pero creo que dice que es sólo para mayores o algo así…(Risas) Porque ya eso de “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas” es típico del ramplón de Parra, porque de verdad debemos de llegar a la unión de la fe y el conocimiento científico como civilización, no hay otra alternativa.

 

Pero como la poesía puede ser una verdad, y a la vez se puede reír del mundo, tú has desarrollado un instrumento que se llama ironía: ¿Qué se descubre con el humor y que novedad le brinda a la vida?

 

Yo digo que los humoristas son suicidas en potencia. Ya conocemos ese lugar común que afirma que “el humor es lo más serio que hay”, que es la máxima contradicción a la que se puede llegar. Es la contradicción que mueve al mundo finalmente, que es la vida y la muerte. Cuando uno se sale del calendario colgado en la muralla y comienza a filosofar con el otro, ¿qué sentido puede llegar a tener la política y la patria, todas estas construcciones, odiar o pelearse con el vecino?…lo que no puede dejar de tener sentido es que tu debas en algún banco.

Cuando yo me di cuenta de esa capacidad de ironizar del humor fue con mi padre, por eso que yo tengo un verso que dice “cuando niño mi papá me llamaba el filósofo”, porque confundió filósofo con poeta.

 

¿Cuánto te influyó la anti-poesía para forjar tu propia voz y para darle ese sustrato de humor e ironía?

 

Yo nunca tomé en serio a Parra (Risas). Ni siquiera en momentos de mucha generosidad, porque en su primer libro, y hablo del anterior a los Antipoemas, lo consideraba un poeta popular, uno menor, común y ocurrente. A mí nunca me ha parecido un buen poeta, habrá gente que dirá que soy un estúpido y respetaré sus comentarios.

 

¿Cuáles serían entonces los poetas relevantes, los que te marcaron a fuego?

 

Primero que nadie Vicente Huidobro, creo que me siento muy cerca con él, aunque el quizás fue más lírico –y lo digo en el mejor sentido- y yo más filósofo. Él inauguró una forma distinta, creó nuevos mundos. Una vez me dijo Marcelo Novoa –que siempre me hace barra- algo que me sorprendió: que Gabriela Mistral y yo arrancamos desde el campo, de la experiencia campesina, y el encontró esas resonancias en mi obra. Tiene toda la razón y es absolutamente comprensible.

Anguita es otro importante y Humberto Diaz-Casanueva con su poesía metafísica. En Enrique Lihn veo un matrimonio muy importante entre fondo y forma y una discursividad que creo haber adoptado. Otros son Silva Acevedo y Raúl Zurita (por lo menos sus dos primeros libros), porque uno no lo puede dejar afuera pues se le puede comparar –no sé en qué grado- con Vicente Huidobro. Por otra parte Maquieira, Carmén Berenguer, Rosabetti Muñoz, Alexis Figueroa, Damsi Figueroa… pero son poetas que se quedaron ahí.

 

¿Y qué tiene de nuevo tu poesía frente a la generación que la precede? Me refiero a Lihn, Teillier, Rubio y Uribe.

 

Creo que mi poesía tiene la gracia, la fuerza y la vitalidad. La fuerza está en la conversación entre la forma y el fondo, que pareciera que está en desuso. Pero yo me siento deudor en la medida precisa, en la menor medida posible, pero creo que así y todo hay algo de originalidad que hace que sea leída, que se mantenga y que guste a los que saben y no saben. Porque creo que aunque sea una poesía que es directa esconde algunas joyas, esconde detrás de sí, y eso lo da la capacidad de reflexionar filosóficamente. Alguien dijo por ahí que mi poesía es interceptiva, pues es una crítica inteligente, bella, con humor, donde también hay un grado de originalidad matemática. No he tenido fijación por temas, sino que he sabido variarlos. Es retórica en la medida justa. En otras palabras yo no trato de hacerle el quite al asunto, ni de inventar para rellenar, lo que menos tiene mi poesía es relleno.

El poeta de verdad es aquel que induce al lector y lo convierte en su complemento, que lo invita a crear sobre lo creado.

 

¿Tú crees que la poesía de tu generación, de la gente que escribía en Valparaíso llegó a estar a la altura de la situación en plena dictadura; crees que se llegó a construir un discurso fuerte contra ese proceso?

 

En líneas generales yo creo que si. Pero por supuesto que ahí caían moros y cristianos. Cada cual hizo lo que pudo, pero de todas formas creo que quedaron obras y nombres. Está Cameron, Moltedo, Juan Luis Martinez, que fue de algún modo el soporte, pero que sin duda “La nueva novela” es una crítica también a lo que se estaba viviendo. Tiene un poema revelador ahí que es “Desaparición de una familia”, y no es nada menos que el maestro de Raúl Zurita, no por nada estuvo él casado con su hermana, se juntaban en la Santa María y en los cafés de Viña con Cameron; es decir, hay una deuda no declarada. De todas maneras me parece que Zurita superó la marca, hizo más entendible y cercano lo que había hecho Juan Luis Martinez con sus experimentos.

Otros personajes fueron Moro, Alejandro Pérez, Marcelo Novoa, Víctor Rojas, Catalina Mcfair, Axa Lillo…pero en Valparaíso faltaron poetas mujeres, hubo pocas.

 

¿Cómo se da esto de levantar una casa entre dos poetas, entre tú y Axa. Es muy difícil convivir con alguien que tiene el mismo amor por las palabras que tú?

 

No, para nada. En vez de hacernos más difícil la tarea, la ha facilitado. Primero que nada, ahora Axa puede hacer lo que yo hice a los 36 años, que es liberarse de todos los lazos con la administración pública, pues ella trabajó en el poder judicial y puede dedicarse tranquilamente a la poesía. Y como tú te podrás dar cuenta la poesía de Axa no tiene nada que con la mía. Ella recién ahora está viendo la posibilidad de un segundo libro, sabe que no es fácil. Axa tiene un carácter muy especial, que todos conocen, pues donde vas te hablan bien de ella. Creo que es muy difícil para un hombre encontrar una mujer como ella, es la personalidad perfecta para mí, me deja ser centro cuando debe serlo y ella también toma ese espacio cuando es necesario.

 

Y la última pregunta: ¿Para qué o para quiénes sigues escribiendo?

 

Esa pregunta es muy mal intencionada (risas). Hay quienes dicen que escriben para el mundo, para la humanidad y otros para el partido. Y bueno, yo escribo porque tengo la necesidad, obedezco a un impulso natural…y ahí yo me estoy desligando de cualquier compromiso. Si quiero escribir prosa, la escribo, eso sí, sin confundirla con la poesía, porque o sino se ensucian…son cosas que a esta altura hay que tenerlas claras. Yo creo que uno finalmente escribe para uno mismo, para gozarse y solazarse en uno mismo y en los otros, porque todos somos iguales y si uno escribe finalmente para uno, escribe para todos…como los tres mosqueteros.

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