Un par de lecturas del 2015

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Leer es una de las cosas me más me gustan y otra es recomendar algunos volúmenes que me han parecido interesantes, por el placer también de entablar un diálogo a partir de una obra. Este año fueron muchos los libros que llegaron a mis manos y varios los devoré durante días, incluso meses, porque tampoco soy de los de lectura rápida, me quedo un buen tiempo saboreando, pensando incluso en escribir algunas líneas, pero el reloj a veces apremia, como las labores diarias, el trabajo y los trámites (que los trae diablo y que no fueron pocos). Aquí va una pequeña lista de lo que subrayo, sobre todo en poesía, que es un género que personalmente me quita el sueño.

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Los gris en el canto de las hojas

Beatriz Vignoli (Rosario, 1965)

Baltasara editora

Un infalible. A Vignoli se la puede rastrear también por sus novelas recientemente republicadas, pero este libro tiene un sabor diferente, lírico entre pocos, de una belleza distinta. Posee un poco de todo: el tono de la elegía, poemas amorosos, políticos, enfrentamientos con la memoria, tanto personal como comunitaria. Y es ese tono, sumamente reflexivo y medido, que se modifica continuamente, entre la ligereza y la brutalidad, lo que hace de este grupo de poemas una experiencia de lectura sobresaltada, un ánimo que va quedando a medida que uno se detiene y vuelve a retomarlos en sus detalles, después de eso el «corazón es un ejercito de reserva al que le duelen los pies».

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Once personas

Browning y Tennyson, selección, traducción y un poema de Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978)

Bajo la Luna

Si realmente uno quiere ponerse a traducir, me parece que una buena clase es la que aparece en este poemario. Y ya desde ahí nos revuelve una vieja cuestión: ¿es la traducción la creación de un nuevo poema bajo los códices de uno anterior? La primera arma de Crotto es la de mostrar el trabajo; hay una sinceridad que refresca: para cada versión de Tennyson y Browning, el poeta se detiene a ver los altibajos, hace patente los elementos de su labor, nos introduce en la historia de cada uno de estos monólogos dramáticos, como un Virgilio nos guía. Hay mucha literatura, pero maestría con la transmutación, elecciones que lo condecoran; que un traductor salga bien es un hecho poco usual. Y un poema final de su mano, un último poema en que toma la voz de Simone Weil que vale por un rezo para esta época. Sin ser un creyente dogmatico, ni siquiera un mal ateo, puedo repetir: “Venimos a este mundo / dados vuelta, invertidos. // Y convertirse es descubrir / que, bien mirado, el bien resulta irresistible”.

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La casa de la niebla

Elena Anníbali (Oncavito, Cordoba, 1978)

Ediciones del Dock

Por varias semanas estuve rastreando algún poemario que me sacara de orbita. Tengo que decir que el esfuerzo valió la pena. Abrí La casa de la niebla y como si fuera una carta de un soldado de otra época el primer poema me hizo gritar ¡Aquí por fin hay alguien! ¡Qué difícil que es mantener ese tono tan alto! Empezar de esta manera: “señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo / para llegar a la casa de la niebla // y después qué // le dijiste? / ¿le explicaste que el camino estaba cortado? / ¿que el camino estaba roto? / ¿que no habia vuelta?”. Hubo momentos en la lectura en que parecía encontrarme con un ánimo bíblico o con los alaridos elegiacos de Gilgamesh y por otros con el Vallejo de Trilce, en fin, con una voz propia y áspera, sin concesiones, muy terrestre, un hacerse cargo de un drama histórico, pero sin ser elíptico. Comparto la fascinación que le produjo a Fabián Casas: Aquí hay alguien.

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Maneras de ver morir a un pájaro

Alejandra Correa (Rio de la Plata, 1965)

La gran Nilson

En esas andadas, también me vi atraído a otro libro pequeño, sumamente acotado y angostado en su lenguaje. Partiendo de la reescritura de “Trece maneras de mirar un mirlo” de Wallace Stevens, Correa imagina una visión catastrófica: un mundo con un cielo limpio, en el que la tierra recibe todos los cadáveres y las plumas. No por simple ni por lo medido estos poemas dejan de ser siniestros. Uno podría leerlo como una novelle polifónica, donde distintos personajes van dando cuenta de la hecatombe, voces similares en su perplejidad se ven aprisionados en una escena de Alfred Hitchcock y en una instancia que se pregunta por la extinción.

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El nacimiento de la hebra

Julieta Marchant (Santiago, Chile, 1985)

Edicola

“UNA IMAGEN: mi abuela recogiendo castañas / Un tiempo inalcanzable / o el espacio que prolonga una ínfima constelación”, comienza Marchant para articular la historia de una familia, la suya seguramente, en donde la abuela, la madre y la infancia vuelven a ratos en poemas de largo aliento, luego en prosas, una fusión entre el retrato y el ensayo de las mismas formas que trata. Julieta ya antes había dejado una plaquette igualmente sugerente “Té de jazmín” y ha trazado una labor editorial con varios méritos, pero siento que en este libro vuelve a salir a la superficie con una impronta distinta: El nacimiento de la hebra es una inmersión genética en los que nos acerca y nos aleja de las herencias (buenas o malas) y al mismo tiempo un sometimiento de la poesía a lugares donde la exposición resulta conflictiva. Hay que tener coraje para pararse (o sentarse) a escribir así, entrecruzando la vivencia de la escritura, dejándose perder en lo que alude y manteniendo una tensión tan particular. No me atrevo a citar otro verso, es para leerlo de corrido, sin atreverse a nada más.

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El Cairo

Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949)

Ediciones del Dock

Aulicino tiene los méritos. Pareciera que los poemas le salen solos, pero tras un instante uno percibe que no es así. Hay un laburo de la puta madre (temporadas enteras “bajo el golpe seco de las catapultas”). En eso quizás, está el merito, hacer que un poema sea un ventarrón, un desorden, con sus leyes, pero un desorden. En el Cairo está ese vaivén de sus últimos libros, pero a la vez algo que suma y que es la profundización en la imagen. Me pasé varios versos sintiendo una cámara en movimiento, como en el poema “Saint Germain des Pres” o en “Miramar”. La confesión, el reclamo metafísico, la ironía, el llamamiento a los maestros (el poema a Jack London…), la cultura y sobre todo esa cosa tan cotidiana de los platos sucios, el corte de luz, la basura sin recoger, los domingos en Buenos Aires… Otra vez me quedo con todo el libro (a excepción de las innecesarias notas al pie), con esas dudas enormes sobre la palabra y la carne, la militancia, esta manera de hablar “estúpida, con grandes palabras disfrazas de ingenuidad”, esa soltura aparente.

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