Cómo la ballena se volvió ballena
por Ted Hughes
Trad. Diego Alfaro Palma

Dios tenía un pequeño jardín detrás de su casa. En este jardín El cultivaba zanahorias, ajos, porotos y cualquier cosa que necesitara para la cena. Era un pequeño y buen jardín. Las plantas estaban en filas muy ordenadas, con una excelente cerca para mantener a los animales fuera. Dios estaba feliz con esto.
Un día El estaba desmalezando las zanahorias cuando vio una cosa extraña entre las hileras. No medía más que una pulgada y era negra. Negra como un porotito brillante. En uno de sus extremos tenía una pequeña raíz que le sobresalía.
“Esto es muy raro”, dijo Dios. “Nunca había visto uno de estos antes. Me pregunto en qué se convertirá”.
Así que lo dejó crecer.
Al día siguiente, cuando estaba jardineando, recordó esa cosa negra y brillante. Fue a ver cómo iba. Se sorprendió. Durante la noche había duplicado su tamaño. Ya era de dos pulgadas de largo, como un huevo negro y brillante.
Dios iba cada día a verla y cada día estaba más grande. Cada mañana, de hecho, duplicaba el tamaño que tenía la mañana anterior.
Cuando ya medía seis pies de largo, Dios dijo: “Se está volviendo demasiado grande. Debería arrancarlo y cocinarlo”.
Pero lo dejó por un día más.
Al día siguiente medía doce pies de largo y era tan grande como para caber en cualquiera de las ollas de la cocina de Dios.
Dios se rascó la cabeza y se quedó mirándola. Ya había aplastado la mayoría de sus zanahorias. Si seguía creciendo a este ritmo pronto tumbaría su casa.
De pronto, en cuanto la miró, vio que abría un ojo y que ese ojo lo miraba.
Dios estaba sorprendido.
El ojo era pequeño y redondo. Estaba cerca a la parte gruesa de su cuerpo y lejos de su raíz. Él la rodeó y encontró al otro lado un ojo que también lo miraba.
“Bueno” dijo Dios. “¿Y cómo lo haces?”
El redondo ojo pestañó, su tersa y brillante piel se arrugó ligeramente, como si la cosa estuviera sonriendo. Pero no tenía boca, aunque Dios no estaba muy seguro de eso.
A la mañana siguiente Dios se levantó temprano y fue a ver su jardín.
Como era de esperarse, durante la noche su nueva planta negra con ojos había duplicado su tamaño nuevamente. Ya había botado una parte de la reja, así que su cabeza sobresalía hacia la calle, un ojo miraba hacia arriba y otro hacia abajo. Su costado estaba apretado contra la muralla de la cocina.
Dios bordeó su cabeza y la miró a los ojos.
“Eres muy grande”, dijo severamente. “¡Por favor deja de crecer antes de que botes mi casa!”.
Para su sorpresa la planta abrió su boca: una larga línea de boca, la cual atravesaba de lado a lado bajo sus ojos.
“No puedo”, dijo la boca.
Dios no sabía qué decir. Finalmente dijo: “Bueno, ¿puedes decirme qué tipo de cosa eres tú? ¿Sabes?”.
“Yo”, dijo la cosa”, “soy una Planta-Ballena. Tú has oído de la planta pata-de-gallo, el diente de león y la flor de perritos. Bueno, yo soy una Planta-Ballena.”.
Dios no tenía nada que hacer al respecto.
A la mañana siguiente, la Planta-Ballena se extendía a lo largo del camino, y su costado había empujado el muro sobre la cocina. Ahora era larga y gorda como un bus.
Cuando Dios la vio, llamó a todas las creaturas.
“Aquí hay una cosa extraña”, dijo. “Mírenla. ¿Qué vamos a hacer con esto?”.
Las creaturas caminaron alrededor de la Planta-Ballena, mirándolo a Él. Su piel era tan brillante que podían ver sus rostros reflejados en ella.
“Déjala”, sugirió el avestruz. “Y espera hasta que se seque”.
“Pero va a seguir creciendo”, dijo Dios. “Hasta que cubra toda la tierra. Vamos a tener que vivir en su espalda. Imagínenselo”.
“Yo sugiero”, dijo el Ratón, “que la tiremos al mar”.
Dios pensó.
“No”, dijo luego de un rato. “Eso es muy extremista. Dejémosla aquí por unos pocos días”.
Luego de tres días, la casa de Dios estaba completamente en el suelo y la Planta-Ballena era tan larga como una calle. “Ahora”, dijo el Ratón, “es muy tarde para lanzarla al mar. La Planta-Ballena es demasiado grande para moverla”.
Pero Dios ató una gruesa cuerda alrededor de él y llamó a todas las creaturas para que lo ayudaran a empujar.
“¡Ey!”, dijo la Planta-Ballena. “Déjenme sola”.
“Vas hacia el mar”, chilló el Ratón. “Y te va a servir para que ocupes todo ese inmenso espacio”. “Pero soy feliz”, lloró la Planta-Ballena otra vez. “Soy feliz aquí. Déjeme dormir. Yo fui hecha para estar acostada y dormir”.
“¡Al mar!”, chilló el Ratón.
“¡No!”, lloró la Planta-Ballena.
“¡Al mar!”, gritaron todas las creaturas. Y tiraron de las cuerdas. Con un gran quejido, la raíz de la Planta-Ballena se zafó de la tierra. La raíz comenzó a torcerse y girar, echando abajo casas y árboles, en tanto los animales la arrastraban como podían a través del campo.
Finalmente la dejaron en la cima de un alto acantilado. Con un gran grito la empujaron hasta el borde y luego hacia el mar.
“¡Ayuda! ¡Ayuda!” pedía la Planta-Ballena. “¡Me voy a ahogar! Por favor, llévenme de vuelta a la tierra donde pueda dormir”.
“¡No antes de que te achiques!” le gritó Dios. “Cuando te achiques sí que vas a poder volver”.
“¿Pero cómo me achico?” lloraba la Planta-Ballena, mientras se revolcaba en el agua. “Por favor enséñenme cómo achicarme para poder vivir en la tierra”.
Dios se inclinó desde la cima del acantilado y pinchó con su dedo a la Planta-Ballena sobre su cabeza.
“¡Ouch!”, lloró la Planta-Ballena. “¿Para qué fue eso? Me hiciste un hoyo. Me va a entrar agua”.
“No, no lo hará”, dijo Dios. “Pero por otras parte si te entrará agua. Ahora ya puedes empezar a soplar algo de ti mismo por ese hoyo”.
La Planta-Ballena sopló, y un fuerte chorro de agua salió por el hoyo que Dios le había hecho”.
“Continúa soplando”, dijo Dios.
La Planta-Ballena sopló y sopló. Pronto estaba un poco más pequeña. En cuanto se encogió, su piel, que antes había sido tensa y brillante, se cubrió con pequeñas arrugas. Por último Dios le dijo:
“Cuando seas pequeña como un pepino, entonces avísame. Ahí podrás volver a mi jardín. Pero hasta que eso no ocurra, deberás permanecer en el mar”.
Y Dios caminó junto a todas sus creaturas, dejando a la Planta-Ballena revolcándose y soplando en el mar.
Pronto la Planta-Ballena se había achicado al tamaño de un bus. Pero soplar era un trabajo difícil y por un momento sintió sueño. Tomó aire y se hundió hasta el fondo del mar para dormir. Después de todo, ella amaba dormir.
Cuando despertó emitió un fuerte rugido. Mientras estaba durmiendo había crecido del porte de una calle y estaba tan ancha como un barco con dos chimeneas.
Se alzó hacia la superficie tan rápido como pudo y comenzó a soplar. Pronto ya estaba del porte de un camión. Pero, en poco tiempo, sintió otra vez sueño. Tomó aire y se hundió hasta el fondo.
Cuando despertó era del porte de una calle. Esto continuó por años. Y sigue sucediendo.
Tan rápido como la Planta-Ballena se encoge soplando, ella crece en sueño.
A veces, cuando se siente fuerte, se da a sí misma el porte de un auto. Pero siempre, luego de darse el tamaño de un pepino, recuerda lo genial que es dormir. Cuando despierta, vuelve a crecer otra vez.
Ella desea volver a estar sobre la tierra y dormir bajo el sol, con su raíz en el suelo. Pero en vez de eso, debe revolverse y soplar, lejos, en el mar salvaje. Y hasta que no le sea permitido volver a la tierra, los demás animales solo la llaman “Ballena”.

Qué lindo cuento!,..me encantó ,.se lo voy a contar a algunos Peques, original e ingenioso,…gracias!
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