Mi amigo Philippe concordará conmigo: este es lejos el mejor disco de Katatonia. Pareciera grabado en el baño de un bar en una perdida zona rural nórdica el día en que los dioses se olvidaron de la calefacción y arrasaron con la peor ventisca de nieve de la historia reventando todas las letrinas a su paso. Es sucio como él solo, desde la voz de gran Michael Ackerfert (Opeth) y las guitarras continuas, perezosas, lentas, ajenas a toda técnica, con una batería sin cambios, como si solo existieran los 4/4, el hi-hat y la caja. La intensidad es asombrosa, recuerda a los primeros trabajos de Dark Throne y esa primera camada e innoble que es el black metal noruego. En otras palabras: la depresión misma, más oscuro que cualquier banda ultra satánica, más desgarrador que el sufriente Nick Drake. Es difícil no tildar este pedazo de música como inquietante. ¿Cómo con tan poco hacer tanto? Sin duda, a esa altura, los miembros de la banda no tenían idea de mucha teoría musical, ni de que estaban haciendo un trabajo inclasificable. ¿Dónde poner a Katatonia y el Brave Murder Day? ¿Es metal serialista, doom, gótico? Todos los que vinieron después son fácilmente identificables con alguna etiqueta, cualquier bandita de metal actual se quisiera esta mugre de disco y no sería tan alocado ponerlo al lado de grabaciones tan disimiles como lo primero de The Cure o Joy Division o incluso algunas agrupaciones de Krautrock alemán. Para mí que Deftones encontró en este montón de chatarra una perlita a limpiar con los dedos.
