Notas del cuaderno – #8 – Las enaguas argentinas

pinzas

En Malabia existe una librería y también una casa. Ambas son una y dos a la vez, como su dueña poeta y librera, Nurit Kasztelan, que me recibe una tarde de viento en la que como recién llegado no sé si llevar puesto además del chaleco una “campera” o una “chaqueta”.

Como un cliente odioso le pido que me recomiende algo. En segundos vuelve con una improvisada antología personal de la poesía argentina. Abro uno, pequeño, con tipografía simple y una letra no apta para pitis: “Años sin estremecimiento”. Parte así La enagua que cuelga de un clavo en la pared de una poeta que hasta ese momento no conocía ni en pelea de perros. Su nombre, Leonor García Hernando. Está muerta, me dice Nurit, saliendo del silencio en el que cada uno está encasillado.

Sigo: “la pasión es la altura y la enfermedad […] la fiebre es alta como una adolescente con las ropas azules y mojadas”. Sigo, me gusta, sorprende. De pronto pienso que es justamente el tipo de poesía que quería leer, claramente sin saber si ese «tipo» realmente existía. “La casa no tiene circulación”, “en el atardecer los barcos mueven algas rojas y un deseo de países los estremece”, “he tenido el terror de los bichos humildes en la tormenta”, y si, se me pasaban dos versos tristísimos: “La Probable Leonor / escucha a Manzanero cantar “somos novios” y llora contra una pared blanca manchada de moscas muertas”.

Advierto que toda la primera parte del libro refiere a hoteles, casas de infancia, hospedados que me recuerdan los cuentos de Juan José Hernández. Su estética tiende a visualizar sensaciones, como una especie de cámara especial para hacer un cine del cuerpo. Su verso largo me trae a la mente a Winnet de Rokha, sus poemas poblados de imágenes en movimiento. Los paisajes melancólicos de esta poesía, siempre bajo el signo de Saturno, crean un tono en donde las cosas y la voz que las nombra se hunden en la desolación de estos habitáculos:

“pobres mujercitas, pobres chicas abandonadas”

es el único viento que silba en nuestros corazones

Y a través de esas escenas voy reconociendo los estados de ánimo de una ciudad en donde poseer un espacio es un tema siempre en boga. El alquiler, el alquiler, sus construcciones endebles y hermosas, “la belleza supone nostalgias                heridas”.

Hacia la segunda parte aparece La muerte argentina con un epígrafe de Yeats: “como si morir a balazos / fuera el mejor juego bajo el sol”.  A medida que el ojo y la mano se coordinan aparece un verso demoledor sobre la realidad del país, “La fiesta hace años terminó” ¡PAF! Surge una dedicatoria a una cantante que todos podríamos llegar a amar, Sarah Vaughan: “una casa no es un hogar”:

En pequeñas camionetas son retirados los muebles

nada es perdonado: colchones con manchas antiguas, íntimas, son paseados con la luz

Esto me mata. Voy a su biografía. García Hernando murió el 2001 ¿Cómo se adelanto a la crisis maldita que la ciudad muestra con sus magulladuras? Pero ya no estoy en la Librería mi casa de Nurit, sino en el cuarto donde un amigo me ha recibido. Hemos caminado por la tarde por el cementerio de Chacaritas y su viejo esplendor: “Una casa es un lugar donde reponerse de la muerte”. Total. Claro. Cristalino. Y vuelve esa tragedia a surgir. Veo manteles de hule, la danza de los rotos, “la espera de esta arena caída te hizo oculta y amarga / deforme como esos niños criados para el circo”. ¿Este libro de cuando es? Del 93. Todo Buenos Aires es un hervidero y la poeta aunque piense que “a nadie importa que yo hable” da cuentas de algo ingrávido, superior a lo material, los sueños, el hambre, la imagen de un niño muerto por una bala. Sensación de que algo decae y no volverá a encontrar su sitio.

Alguien dice: la gente con emoción está en la cárcel

es la ciudad

y vuelan plumas entre los hocicos de los lobos

Cuando me acerco al final y acepto que aquí hay algo de lo que no podré separarme, soy como esas personas extremadamente tiernas y reales que se niegan a terminar un libro, lo detienen, pausan la lectura. Aunque no puedo y salto.

Porque fuimos tristes desde el comienzo

la verdad era una sustancia más sucia                                más incompleta

porque no dimos abasto.

Ediciones CLIC. 2009. A lo lejos pasa una moto. Creo que tengo que volver a leerla. Por ahí encuentro a alguien que dice que fue una mujer implacable, de una ética intachable. Se nota al leerla. Pienso. Abro el libro en una página al azar: Soy una entre los ofendidos ¿Y quién no?

por Diego Alfaro P.

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