Notas del cuaderno – #5 – Los restaurantes chinos

chopsuey

Estoy esperando en un restaurant chino. Antes reincidía en estos lugares. Antes. El de turno no está mal. Posee a primera vista esas mesas sobrecargadas de manteles, sus vasos a medio lavar y, por supuesto, una autentica cajera china. Detrás del mesón y delante de un mueble con gatitos dorados y ejemplos tristes de porcelana, se mueve a gusto entre la clientela entrenando su español a medio aprender. El menú no estaría completo sin la presencia de otro ciudadano chino con el cual habla su idioma original. La duda queda para nosotros: ¿estarán nombrando cada uno de nuestros defectos? ¿Nombran acaso la lista de los verdaderos ingredientes? ¿Realizan crítica cultural a nuestras espaldas? Los restaurantes chinos poseen ante todo un ideal de similitud, la aparente igualdad entre uno y otro. Claramente no se logra, la abundancia de detalles pronto rompe con la regla general. Unos incluyen piletas o acuarios, otros deslucidas cortinas. No obstante, dentro de todas las cosas raras que posee esta cultura hay una que recalca por su misterio: su cocina. Impenetrable, aceitosas, protegidas por algún dios lar mitad dragón mitad mono. Esa sobrecarga de aceite que se diluye entre las paredes y termina en tu servilleta, transparente.

Un buen amigo (uno de infancia) me comentó que había descubierto la fórmula para derrotar a los chinos si llegara el momento de una guerra: crear un gran sartén, uno gigante y freír en él masas del porte de un autobús. El resultado es todo un ejército de chinos persiguiendo el famoso sartén, como una especie de zombies o como la conocida trampa de la zanahoria atada a un palo para hacer avanzar a un caballo. El poder de congregación que tiene el aceite lo lograría todo, China completamente solitaria y devastada. Todo gracias al enorme sartén con ruedas, un arma letal, tan letal que cualquier bomba atómica quedaría en el olvido.

Por Diego Alfaro P.

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