Notas del cuaderno – #4 -Trabajo y sentido de la vida

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Alfred Hayes decía que no había ninguna imagen tan impactante como la de un hombre caminando de pantalón, camisa y corbata al trabajo. Multiplicados avanzan entre avenidas, paseos, parques, una especie de ave que aparece cada mañana y cada tarde a recoger migajas. Pero entonces ¿Por qué trabajar? O más aun ¿quién dice qué tienes que hacer algo con tu vida? Esta pregunta me recorrió como un escalofrío. Estábamos mi tío y yo viajando en el auto. Discutíamos sobre un sinfín de cosas hasta que la mencionó. Intenté no saborearla por mucho tiempo, una pregunta de ese calibre puede derribar imperios completos, deshacer civilizaciones, vender más antidepresivos. Hacer algo con la vida… hacer algo con la vida… Sacar un título, casarse, tener hijos, jugar póker todos los jueves con los amigos, perro, auto, una enfermedad… Creo que mi tío se refería a eso, a ese punto especifico: la imagen que una sociedad o nosotros mismos nos imponemos: la tradición del sentido. En cuanto más sabemos que el mundo es netamente kafkiano más nos importa el sentido, hacer, forjar, elevar un castillo de naipes. Derechamente, volvía a interrogarme, ¿alguien te dice “esto es lo que hay que hacer”? Derechamente no. La fiebre que asolaba su frente era su crisis de la mitad de la vida (su midlife crisis), real, auténtica, sincera, rebotaba en mí transparente, inigualablemente pura. Un hombre en el momento único de la pregunta: por un segundo un auténtico anarca. Mientras el auto se movía y las ramas de los árboles se sacudían al viento, el cielo se abrió como lo que era: nubes. ¿Qué hacer? Qué continuación de la especie ni que ocho y cuarto, nunca nos hemos sentido especie. Qué hacemos lo que queremos y no vivir en una playa arrancando camarones de la arena. Qué los padres, qué el mercado, qué las mil cargas y estas ahí solo ante el vacío.

La ciudad produce una serie de camisas limpias para que cada mañana otros salgan a trabajar. Ninguno se siente en sí afiebrado. Las grúas mueven cosas. Un hombre de abisma, decide abandonarlo todo.

Por Diego Alfaro P.

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