– Lo siento señora, pero eso no ayuda mucho.
¡Hay un montón de libros que empiezan con «había una vez»!
Trabajar en una librería es una labor digna de idiotas. Por mucho tiempo he pensado (y comentado con mis compañeros de trabajo) en titular lo que fuere como “La librería de los idiotas”, incluso a una librería. De por sí nadie que ejerza este tipo de acto filantrópico puede llegar a sentirse orgulloso de esta estampa sin antes considerarse un verdadero idiota. Peor si es en los barrios altos, donde el libro nada tiene que hacer, salvo, salvo convertirse en un adorno en la sala de estar, algo con que llenar las conversaciones de un frugal coctel, decir “¡Oh, sí me encantó, es buenísimo” o “estoy leyendo este libro… ¿cómo es que se llama? Es sobre una mujer ¿lo has leído?”. Menuda estupidez la de la gente con plata, no sé cómo aún no los podemos arrancar de sus casas de veraneo con todos sus best-sellers por la ventana, realmente tomarnos ese espacio y, por un momento en nuestras vidas, no trabajar, no servirles, no venderles ninguna novela noruega de espías, resúmenes de la Segunda Guerra Mundial, adorables relatos de la India escritos por un mediocre estudiante de periodismo español que nunca, jamás ha logrado distinguir entre el rojo y el marrón.
Trabajadores del mundo todo pasa por nosotros, pasa sobre nosotros y va a dar a los ríos que alguna vez fueron reductos indígenas y en los cuales se erigen mansiones cursis con orquídeas y Corín Tellado “¡Qué bueno que es! ¡Mi madre los leía”. Insoportables, insoportables hasta el asco, muñones mentales, excusas para no hacer el amor, rosarios modernos hechos de papel, una calentura a hurtadillas (prestarle libros a la amante para que se deje de hueviar mientras estamos en la playa).
Hay que ser realmente idiota para trabajar en una librería. El lujo, el verdadero lujo sería hacer explotar las obras completas de Engels en sus pantalones de lino, sus escrotos repartidos a la misericordia de los que lo perdieron todo limpiando la mierda de sus perritos fifí. Quemar a lo bonzo una cartera Gucci con una frase de Rosa Luxemburgo, gritar al viento: ¡no más pasteles! ¡no más biografías de Hitler! ¡No más evangelios del año, horóscopos, agendas!
¡Solo así el tiempo y el libro serían nuestros!
Por Diego Alfaro P.
