Encontramos un poema sin ese compromiso emocional excesivo que a veces nos lanzan a la cara poetas algo ansiosos por mostrarnos lo sensibles y sensuales que son, un poema carente de pirotecnia violenta para con lo relatado, un texto que invita al compromiso del lector y no que invade como única posibilidad de comprensión.
SEMILLA
En la ventana de un bus
empañada por el cansancio de un viaje
un niño, sus ojos
sin disculparse, casi como un relámpago,
trazó con uno de sus dedos
la solución al enigma.
Observando su obra,
la conjunción de números y letras,
empuñó -sin gesto- la manga de su chaleco
despidiendo la bruma y sus vacíos
para así admirar el paisaje.
Por alguna razón digna de otro artículo y otro siglo, algunos “lectores” califican de prosa a ciertos poemas por el simple hecho de tener un tono objetivo, sin poner la más mínima atención en las estrategias retóricas que justifican dicho tono, y menos a la regularidad rítmica, que es, hoy por hoy y hace bastante, la diferencia sustancial entre un escrito en prosa y uno en verso. Lo primero parece ser capricho mezclado con ignorancia, y digo esto pues basta mirar un corpus limitado de críticas para constatar que lo que allá es alabado sin argumentos, acá se condena de la misma manera. A la lista entregada por Lihn en el comienzo podemos agregar entonces una extensa nómina de textos que se quedan en el remedo de poemas anglosajones traducidos, y mal traducidos además, pues no se traduce a nuestra lengua real (con sus giros y cadencias) ni se traslada el subtexto cultural que se puede rastrear en toda poesía que no apueste únicamente a la impostura. Lo segundo ya es otra cosa, a la que estamos tristemente acostumbrados, es decir, pensar que la lectura debe centrarse única y exclusivamente en el contenido, y entender el enfoque en la forma como algo puramente superficial. Así, la crítica se ha permitido celebrar poemas, libros y hasta obras completas sustentadas en poco más que el chantaje emocional, en la supuesta transmisión sin mediaciones del dolor por tal o cual acontecimiento, la aparición de referentes sacados de las noticias del día de ayer o peor, de manuales de teoría europea de hace cuatro décadas, en fin.
No hace falta saber lo que es un anfíbraco para percibir la regularidad rítmica que se va afianzando verso tras verso en “Semilla”, un poema que si bien no tiene su punto más fuerte en la belleza formal, no hay un descuido de ella y es precisamente en el ritmo, más que en las aliteraciones o rimas internas, donde la forma tiende un puente hacia el contenido.
“Semilla” es un poema con un evidente cariz descriptivo, se podría decir que es hasta distante en el tono, pues el foco es el de un espectador que reserva sus juicios hasta el último verso que reinterpreta el poema en tu totalidad. Encontramos un poema sin ese compromiso emocional excesivo que a veces nos lanzan a la cara poetas algo ansiosos por mostrarnos lo sensibles y sensuales que son, un poema carente de pirotecnia violenta para con lo relatado, un texto que invita al compromiso del lector y no que invade como única posibilidad de comprensión.
Ahora, se habla de tono y por tal entendemos en términos sencillos la posición o actitud que adopta el hablante del poema en relación con el oyente, esto obliga al hablante que desee ser eficaz a escoger y disponer sus palabras teniendo presente en todo momento el efecto que pretende provocar. De no tener en cuenta esto, es decir, si lo relatado no encuentra el tono adecuado, el hecho a ojos del lector no comprometido con la persona que escribe, no resultará plausible [3]. Así, el tono de Semilla desde el primer verso nos obliga como lectores a observar sin cuestionamientos, a contemplar lo relatado sin poner abiertamente nuestra sensibilidad personal en juego con los versos.
No se nos explica lo que ocurre, los versos se sustentan a sí mismos, en lo concreto y contundente del cuadro dibujado, y toda traducción en prosa del suceso sólo podría degradarlo. Somos, en tanto lectores, espectadores y partícipes de la escena, pues en dicho tono descriptivo, el contenido de los versos nos acerca, sin obligarnos ya decía, a una situación cotidiana, a un lugar común en el buen sentido de la expresión, frente a una ventana de un bus cualquiera en la que tantas veces en nuestra infancia dibujamos saludos o sonrisas, extasiados por nuestra capacidad de modificar lo que tenemos ante nuestros ojos, que es, como el poema nos dice, poco más que el cansancio de un viaje condensado en el cristal. Esto no es casual, la estrategia que el hablante utiliza para persuadirnos de que dicho hecho puede tener algún valor para nosotros, es decir, para cualquiera, se nos evidencia como eficaz al llegar al verso 6, en donde “el enigma” no está cargado de la grandilocuencia propia del bate o del profeta que fustiga al oyente para que crea en su palabra, simplemente porque es su palabra, la de las musas, la de dios, o lo que fuere.
El enigma y su solución afloran con naturalidad, como parte del discurso que se viene desarrollando, por tanto, no es un golpe de efecto con la intención de aturdir al lector, sino que se presenta como parte de un continuo cotidiano. El enigma, y también su solución, a pesar de que ambas cosas las ignoramos, son parte de la vida del lector, así como el bus, el vapor, la ventana, el cansancio, el niño que juega sin disculparse, etc.
En dicho tono desplegado a través de dicha regularidad rítmica, que es eso exactamente y no monotonía, nos encontramos con los dos endecasílabos plenos que entregan o sugieren el material que compone el enigma. La conjunción de números y letras es al mismo tiempo la cristalización de la bruma y sus vacíos, un intento de la conciencia por conceptualizar la entropía y por tanto conjurarla, ordenar el caos que media entre el sujeto y el paisaje: velo de Maya, trampa de la conciencia.
Así, el ritmo de “Semilla” invita a la comprensión tranquila, y es la forma perfecta a la vez que el fondo preciso del texto. Su forma y contenido modelan al fin respiración y pensamiento, y aflora la poesía, incuestionable, más allá de enigmas resueltos o por resolver, aflora la belleza del paisaje humano terminada la lectura. Al comprenderlo, el paisaje es el mundo y también la interioridad del lector.